17.12.08

Inefable II

Creo que la primera ficha me cayó frente a un río. Concretamente, viendo cómo las aguas daban brincos sobre una piedra para perderse en el lecho. Aquello era hipnótico, como apagar los pilotos automáticos.
Fue así como aprendí lo que es una certeza. Vamos, que fue ahí donde empecé a aprender. Yo se lo contaba a mi terapeuta, y si lo entendía, sospecho que entendía poco. Lo cual es natural porque las certezas no se explican en palabras: hay que experimentarlas.
Así que me puse a escribir. Mejor dicho, volví a escribir después de muchos años. Sólo así conseguía ponerles un poco de orden a mis certezas, y tanto, que con el tiempo éstas acabarían convirtiéndose en sentencias. En hilos conectores entre mundos. En puentes de palabras producto de pálpitos que por entonces ni siquiera podía entender.
¿Me estaría volviendo loca?¿Cómo iba yo a explicarle a mi gente lo que me estaba pasando? ¡Ellos estaban tan lejos! Y más allá de la distancia real, kilométrica, estaba esa otra distancia, la inefable, la infinita. ¿Qué me estaba pasando?¿Por qué esa fuerza que me tiraba hacia aquí?¿Por qué los sueños de la gran escollera entre continentes?
Sea como sea, además de funcionar como núcleos narrativos, esas sentencias empezaron a servirme de guías.
Hoy puedo decir que más allá de la confusión, de las pérdidas, del dolor, la distancia, las incomprensiones, los egoísmos, y en definitiva, del gran caos que hundiría buena parte de mi vida en las tinieblas, creo que son ellas quienes me han traído hasta aquí. Así que ahora las uso alborozada. Son mis propios haikus. Mis mantras. Con lo cual vuelvo a pronunciar encantada:

El río que va, va; el río nunca vuelve.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

No se como se me pudo escapar esto, bicho...
seguí tu ruta, que así vas bien.

Anónimo dijo...

Sandru.