30.6.09

El punto intermedio

Puede entenderse por "Ego" al personaje que llevamos puesto desde que nacemos hasta que morimos, y por "Conciencia" a la fuente numinosa de la cual procede todo lo conocido, incluídos nosotros.
Sin embargo, entre los distintos “programas” que animan a nuestra estrella de toda la vida -el Ego- y la Conciencia, existe un estadío intermedio del que no se habla mucho: el alma.
Sabemos que el Ego se mueve estupendamente en aguas aprendidas. Cuanta más oposición encuentra, más a gusto y más él mismo se siente. Es lo que el Ego espera del Ego: que se oponga, que separe. Porque el Ego admira la distinción. El Ego necesita marcar su individualidad, y se somete a escrutinio frente a otros Egos, que encantados le reciben, sea para admirarle, machacarle, compadecerle, y todas las variantes emocionales que puedan imaginarse.
El alma, en cambio, no puede someterse a escrutinio, porque está a medio camino entre la Conciencia y el Ego. Siendo, también, un “programa” pero de orden superior -ya que estaría influído por la genética y otros factores que hoy por hoy pertenecen al terreno de la especulación- el alma bebe de ambas frecuencias, y es en mi opinión el gran “filtro” a través del cual se manifiestan el uno o la otra.
Si entendemos al alma como sinónimo de talento natural o vocación, se infiere que ese programa de orden superior que traemos incorporado en nuestro disco duro, decidirá qué prefiere tras un tiempo de aprendizaje: si estar al servicio del Ego, o de la Conciencia. O estar al servicio de la Conciencia pasando a través del Ego. En ese punto intermedio se encuentran, afortunadamente, las artes.
-Tales de Minetto.


A mitad del camino de la vida,
en una selva oscura me encontraba
porque mi ruta había extraviado.
¡Cuán dura cosa es decir cuál era
esta salvaje selva, áspera y fuerte
que me vuelve el temor al pensamiento!
Es tan amarga casi cual la muerte;
mas por tratar del bien que allí encontré,
de otras cosas diré que me ocurrieron.
Yo no sé repetir cómo entré en ella
pues tan dormido me hallaba en el punto
que abandoné la senda verdadera.
Mas cuando hube llegado al pie de un monte,
allí donde aquel valle terminaba
que el corazón habíame aterrado,
hacia lo alto miré, y vi que su cima
ya vestían los rayos del planeta
que lleva recto por cualquier camino.


La Divina Comedia, Canto I, Infierno.
(Il Dante, naturalmente).

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