13.11.08

Abuelo Aguacolla II

Bien, sigo con el Abuelo bullendo por mis venas.
Más allá de mi experiencia personal, he de decir que ese día el Abuelo nos dio caña a todos, incluídos los guías. Hubo un momento, inclusive, en que llegué a sentir tanto en mis huesos como en mi cabeza que estaba canalizando el dolor de todo el grupo.
“¿Tú quieres saber de tu abuelo?”, me decía Aguacolla; “tu abuelo fue un hombre sabio; era sabio en lo suyo, él hizo lo que tenía que hacer y lo hizo bien. Pero no tiene que importarte tu abuelo ahora, porque tu abuelo está en el pasado y tú en el presente. Ahora tienes que aprender cómo ser sabia”.
Yo, que quería saber de mi abuelo, ahora sé tanto de él como tan poco de mí. La soberbia dá risa.
Llegamos a la pradera del Yelmo a eso de las dos y nos refugiamos en un vivac. Arriba brillaba el sol, pero hacía un frío que pelaba. El guía cogió su tambor y se puso a tocar. Cantamos, tomamos mate de coca y comimos un poco. El frío crecía y podía oirse hasta el más ligero murmullo; tanto, que hasta el ruido de las pisadas en el ripio sonaban a pisada de mamut. Luego se nos dijo que podíamos dar una vuelta y estar una media hora a solas, hasta el nuevo toque de tambor. Así que nos desperdigamos y cada uno elegió su lugar.
La pradera es enorme, y dio la casualidad que justo ese día habían subido tres caballos a pastar. Dos castaños y un tordillo. Un hecho curioso es que se nos acercaran alegremente como si nos conocieran de toda la vida. Yo me salí de la fila para ir hacia uno de los castaños, que venía hacia a mí a trotecito. Fue amor a primera vista. De inmediato se me pidió que no me saliera de la fila; pero el caballo me siguió hasta al vivac, y al ver que no le hacían caso se marchó.
Luego volvimos a vernos y dimos rienda suelta a nuestro romance de “qué bonito eres”, caricias y besos. Al tío le faltaba hablar. Tenía un pelaje precioso, brillante, muy suave. Su energía era completamente diáfana, como la de un niño de tres años, y noté que su inteligencia me partía en dos: mi ignorancia es infinita.
Al rato el caballo y yo nos fuimos cada cual por su lado -debo admitir que me costó un poco quitármelo de encima- y me senté en una de las piedras-dolmen que hay en la Pedriza para dejar una ofrenda. Una piedrecita que llevaba colgada del cuello desde hace unos… siete años (la comezón), y que ya empezaba a pesar. Naturalmente, me quedé con mi turqueza mexicana y me senté a ver el Yelmo, que se alzaba justo delante de mis narices. En uno de sus pliegues creí ver a la Sacerdotisa (segundo arcano del Tarot), enorme ella, con su manto azul grisáseo cayendo sobre la pradera en un ángulo de 40º.
Al principio me pareció impresionante, espléndida, pero luego vi que su rostro no era el de una mujer joven sino el de una anciana atenazada por la muerte. Me vino a la cabeza mi abuela paterna, de quien todo lo que recuerdo es justamente eso: el rostro gris de una mujer agonizante. Es el recuerdo más antiguo de mi vida. Ella falleció cuando yo tenía poco menos de un año, y antes de morir pidió verme, así que me llevaron. Pero al parecer yo me pegué un susto de muerte, nunca mejor dicho, así que mi madre me apartó. A los diez años yo preguntaba quién era esa mujer gris con el semblante lleno de sufrimiento, y sólo así me enteré de que era mi abuela. (Un consejo: nunca lleveis a un niño al encuentro con la muerte, no importa cuál sea el deseo del moribundo. Éste ya ha hecho su vida, el niño nisiquiera sabe distinguir entre una cosa y la otra. Sobre todo si el moribundo no tiene una buena muerte, el niño no debería presenciarlo. Es cosa de locos).
Me acerqué todo lo que pude para ver el rostro de la Sacerdotisa anciana, y supe que no era una Sacerdotisa, sino una beata. Una de ésas que van por los pueblos cotilleando vidas ajenas. Una tuerta cuyo único ojo sano, medio oculto bajo el velo, se dejaba insinuar enorme y desorbitado, horrorizado y muerto de miedo. Me la quedé viendo buen rato. Primero sentí lástima de ella, pero luego la desprecié y me alejé diciendo algo así como: “Vete al carajo, yo no soy como tú; yo no tengo miedo”.
Más tarde nos reunimos en el vivac hombres, mujeres y caballos. En eso a uno de los guías le dio por silbotear para hacerse el graciocillo, y todos nos echamos a reir. Pero a los caballos no les hizo ninguna gracia. Fue todo tan rápido que yo ni me enteré, porque estaba con mi caballo. Sólo sé que un momento más tarde uno de los compañeros estaba tumbado en el suelo cogiéndose el culo y chillando.
El pobre hombre no se podía ni mover: “Uy uy uy, es que me ha hecho daño, tío; me ha hecho mucho daño”, gemía. Primero hubo que cerciorarse de que todos sus huesos estuvieran en su sitio, que al parecer sí. Después una chica se ofreció para hacerle reiki, pero el tío, como es natural, no quería ni que le tocaran. ¿A quién se le ocurriría querer que le hagan un reiki después de una coz?
En eso el sol se ocultó de repente y empezó a nevar. Cuando el compañero coceado pudo levantarse, el guía ecuatoriano nos ordenó a todos que subiéramos a las piedras, porque los caballos -excepto el mío, será que tuve suerte- seguían molestos. Y las personas, acojonadas. Yo no entendía qué pasaba, para mí estaba todo bien. Magníficamente, diría yo. ¿Qué daño podían hacernos unos caballos, si son como chavalitos de tres años? Algo raro estaría pasando para que esos dos caballos se encabritaran sin ninguna razón...
Empezamos el descenso bajo la nieve. Los detalles prefiero reservármelos; no creo que cuenten y me quedo con lo bueno. Lo que sí puedo hacer, de todo corazón, es dejaros una cosa:

Recuerda siempre que tus pasos pueden determinar no sólo tu propio destino, sino también el de los que vienen detrás. Así que mira bien dónde pisas.

6 comentarios:

Jurema dijo...

Hola.

Bueno el post!!
No creo que encuentres copal del bueno por aqui,y menos una figurilla,
El copal blanco es carísimo pero si te pones en contacto conmigo te regalo un trozo para tu altarcito.
Un beso

Fata Morgana dijo...

Me encantaría, Jure, gracias :+
escultura comprada, no, ni borracha con cananga jajaja... lo que quiero es hacerla yo.
Cualquier cosa, he dejado mi e-mail en el blog.
:+

Anónimo dijo...

Desde mi punto de vista, la energía masculina del sampedro hace que dialogues con él, por lo menos es lo que a mí me pasó las 2 veces que lo tomé, pero fueron suficientes para aclararme algunas cosas que necesitaba saber. Igual me imagino que habrá sido una dosis baja la que habeis tomado porque había que andar, en el trayecto surje esa fuerza díalógica de la que te hablaba, que tú reproduces tan bien en el post.
Un abrazo, y me alegro de que sigas on the road.
Jose Luis

Fata Morgana dijo...

En cierta ocasión creo haber hablado aquí sobre un dios "dialógico"; tendría que revisarlo. En cualquier caso, gracias por recordarme que eso merece otro post, y nuevamente bienvenido, JoseLuis.

Anónimo dijo...

Buen aprendizaje, buen mensaje.
Un abrazo.

Anónimo dijo...
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