9.10.08

Buena mateada

A mi madre, matera vieja, por una hermosa tarde matera bajo los chopos.

Para los extranjeros es conveniente preparar el mate bien dulce y en lo posible, tibio. A nadie le apetece quemarse la lengua, todo más si la infusión fuera a probarse por primera vez. Yo aconsejo que además se le añada una cascarita de naranja y una pizquita de café. Pero lo que debe hacerse, antes que nada, es explicarle al neófito qué es lo que se va a hacer y cómo debe hacerse.
El mate es un brebaje cuya etimología, en lengua guaraní, significa yerba grande, o hierba grande. Naturalmente, en épocas de la llamada Conquista, la Iglesia Católica llegó a prohibir el uso de la yerba mate por considerarla una “hierba del demonio”. Normal, si se piensa en que los indígenas eran utilizados como mano de obra gratuita -que no barata- y las horas destinadas a la ceremonia eran robadas a las horas de trabajo. Se bebe en algunos países de Sudamérica, a saber: Argentina, Brasil, Uruguay, Paraguay, Bolivia y Chile.
El equipo de mate consiste en un termo con agua caliente, una calabacita de barro, latón o madera llamada mate (del término quéchua mati, calabacita para beber), y una bombilla de metal o pajita por la que se sorbe la infusión. También las hay en oro y en plata con piedras preciosas y semipreciosas, pero ésas no están al alcance de todos, y además queman, y mucho.
En el Uruguay, donde el matero suele ser nómade o trashumante además de sedentario, se dispone de un equipo de mate hecho a la medida del consumidor, una costumbre ya extendida inclusive por Argentina debido a la inmigración. En las ferias artesanales es posible encontrar entonces un equipo consistente en un estuche, generalmente de cuero y en ocasiones ricamente repujado, que se diseña para meter tanto el termo como el mate. Una especie de mochila en bandolera, muy práctica además, que sirve para llevarlo mientras el matero va andando. Aquí también los he visto.
Para quienes estamos habituados a la idiosincrasia matera, hablar de la mateada en sí como ritual es casi una tautología. Porque en su sentido más profundo, la ronda de mate o mateada es un ritual. Y como buen ritual -en sintonía, además, con el juego- consta de una terminología y unas reglas, sin las cuales no sería ni juego ni ritual. Tanto es así que decir que hay baile en palo, o baile en palito, es una clave para dar a entender al cebador que la yerba se ha aguado y las partes peor molidas suben a la superficie, con lo cual se hará necesario cambiarla. Claro que siempre después de beberlo, porque nada peor que rechazarle un mate a alguien: quedará claro que le rechazas a él. Y es ahí donde reside, justamente, el propósito del ritual: en compartir.
El cebador o anfitrión es quien organiza la ronda de mate, invitando a los contertulios, siempre con una finalidad amistosa. En Argentina, donde los muros lindantes entre casas suelen ser bajos (no en los llamados coutries, donde te ponen un paredón alto como un frontón), lo más habitual es ofrecer un mate al vecino si éste se apunta a una charla amistosa acerca de cómo está el tiempo. Y si entremedias hay chiste, está claro que no te quedará otro remedio que ofrecerle un mate. Si la mateada informal se prologa algo más de una hora, es probable incluso que el convidado te invite a su casa, donde se continuará la ronda, esta vez en manos del convidado. Si es así, es que ha nacido una amistad. Y son amistades que se prolongan por años. De hecho todavía la conservo con Quique y Vero, mis antiguos vecinos de Mar del Plata, cuya amistad empezó tal como la estoy contando, entre muros lindantes. Pequeños propietarios, como diría Arlt, pero sin rencillas.
Es una suerte tener amigos así. Como lo es, también, contar con una tradición y una manera de ser que no cambia porque cambien los vientos, las políticas y los nombres de las comunidades, sino porque hay algo que el ritual conserva, además de la conciencia inalienable de ritual, y es la confianza inspirada en el respeto por la tradición. Una tradición que obviamente no se racionaliza, pero que está implícita en la acción misma de matear. De ahí que se hable de rondas, donde el convidado se inclina hacia el cebador, y la ronda suela ser generalmente abierta a otros posibles convidados ante la pregunta de “¿Querés un mate?”, un gesto dador de invitación a la apertura. Lamentablemente, en épocas de crisis identitarias a nivel de especie, la apertura está cambiando y las rondas se reducen cada día más.
Otro detalle interesante es la confianza basada en la necesidad. Como ya he dicho antes, entre los materos se organizan rondas que pueden llevarse a cabo tanto en casa como en sitios públicos. Si se dice, por ejemplo “Vamos a tomar mate a la playa” no es lo mismo que decir “Vamos a la playa para tomar mate”. Primero es tomar mate; dónde, ya se decidirá. Debido a las circunstancias y por la razón de que una buena mateada puede demorar horas, es normal que el agua se acabe y sea necesario echar mano de alguien que te haga la gamba (no es terminología matera, pero puede entenderse como pedir un favor) para conseguir agua caliente en el primer bar que encuentres. A nadie se le ocurriría preguntarte para qué la quieres y jamás te la negarán, porque el agua es gratis; lo que sí es que podrían preguntarte cómo la quieres, muy caliente, medio caliente o tibia, porque hay para todos los gustos. Todo lo cual hace que el horizonte se amplíe y sepas que es posible contar con la colaboración de extraños para aquello de que la buena mateada se pueda prolongar.
Si el mate es en familia, lo más probable es que el cebador coincida con el dueño de casa, y si el cebador es persona muy mayor tén por seguro que no tendrás que decirle que hay baile en palito, porque lo sabrá. El diablo sabe por diablo pero más sabe por viejo. Por viejo matero, más. Y según he podido observar en ciertas familias de costumbres todavía arraigadas, es la abuela o el abuelo el que suele iniciar a los niños, que se lo toman encantados, cuanto más dulce, mejor. Hay plena confianza en aquello que se comparte, y que no es sólo un brebaje, sino también parte de tí. No hay un mate con bombilla por cada comensal: la gracia consiste en compartirlos, tal como si fuera una pipa de la paz.
Por eso los enfermos de males contagiosos quedan excluídos, temporalmente, de la ronda hasta que se pongan bien. A nadie se le ocurriría compartir un mate con un griposo o un jettatore (gafe), pero es de esperar que si pretendes dar y recibir confianza estando sano, aceptes un mate como signo de integración y hospitalidad. Porque siempre y cuando me parezca que eres digno de fiar, yo me fío de ti.
¿Y tú?

Vídeo/post: José Larralde, el último gaucho vivo.

1 comentario:

Fata Morgana dijo...

Bueno, lo lamento pero no puedo con tantos... así que tráiganse un termo bien llenito cada uno y cuando tercie, cambiamos. L'azúcar la pongo yo :P