25.7.08

El Grial

Ayer le escribí a un amigo de Colombia:
Estando mejor, me daba cuenta de que en las mismas circunstancias uno puede ver las cosas de muy diferente manera. Quiero decir que no ha habido ningún cambio afuera desde la ayawaska a hoy, lo que cambia en definitiva es la manera en que percibes la realidad.
Y él me respondió:
Precisamente se trata de eso, de mantener una posición de observador, de testigo permanente, procurando que el filtro de la realidad que es nuestro estado anímico permita permearla sin sesgos. Para eso hay que mantener ese filtro limpio, sin esos residuos o lastres que impidan contemplar todo el espectro, o por lo menos el mayor posible. Esto no significa que no debemos comprometernos emocionalmente, por el contrario, la vida se vuelve mucho más intensa pero con la clara conciencia de la permanente impermanencia, lo cual nos libera.

Ayer fue una jornada realmente curiosa para mí, ya que pasé por una media docena de estados de ánimo perfectamente discernibles y analizables por separado, no como suele sucederme a menudo, que las emociones quedan contenidas bajo un muro de apatía. En esta ocasión, la tristeza, por ejemplo, era tristeza en estado puro; la dicha, dicha pura; y otro tanto las demás. Lo tranquilizador fue que al encontrarme yo en la tristeza, en la pena, no sólo podía manifestarla libremente como pena, sino que al reconocerla como tal no tenía riesgo de confundirla, por ejemplo, con la ira, que es una emoción muy nociva y que, al menos en mi caso, funciona como catalizador a la vez que de barrera para evitar que se manifieste la pena, una emoción de la que suelo avergonzarme. Comprendí, después, que la ira es una emoción baldía -como la gramilla que ahoga el césped- y, que para colmo, en vez de filtrar la emoción original, la alimenta, con lo cual a ésta se le suman otras accesorias (la culpa, por ejemplo) que tras un análisis más o menos sencillo de la situación he llegado a la conclusión que parecen ser de naturaleza artificial. Es ahí, en el sitio de las emociones construídas artificialmente, donde actúa la cultura.
Si bien estoy en los prolegómenos de mi auto-análisis, una vez más resulta tranquilizador -muy tranquilizador, diría yo- saber que hay una parte de mí sobre la cual la cultura no puede influir. Se trata ahora de descubrir -en caso de que esto fuera posible- cuál es la emoción pura que me define (que no la que me gobierna) como ser humano, en este momento de mi vida.
Para mí sería como encontrar el Grial.

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