4.5.09

Mushin II


Hoy fui a andar. Todas las jaras están ya completamente abiertas, y el sol brilla en Madrid. Bajé por el sendero que lleva al monte con destino a mi playa favorita, una a la que sólo voy entre semana, porque los fines siempre me la pillan.
En algún momento tuve el impulso de desviarme hacia el río. Sin saber muy bien por qué, me quedé viendo un estanque color ámbar, entre el manantial que baja de la montaña y las piedras que siembran el lecho. Como dijera Quevedo, el Manzanares es “un arroyo aprendiz de río”; y no sé por qué, siendo tan íntimo, el pobre se ha llevado tan malas notas entre algunos poetas. Yo, que vengo de ríos grandes, puedo garantizar que la grandeza no es garantía de poesía.
El agua saltando entre las rocas producía un rumor delicado, hipnótico, que me atrajo de manera instintiva. Las ondas irisadas del estanque se volvieron súbitamente sedantes. No es que anduviera nerviosa, de hecho me hallaba de excelente humor. Sólo puedo decir que ése, justamente ése, era el único lugar donde yo tenía que estar en ese momento (las palabras empiezan a resultarme insuficientes, diría que banales; las palabras empiezan a decepcionarme: ni hablar de sus teóricos). Así que tendí mi loneta mejicana y me senté. A orillas del río. Junto al estanque. Me lo pedía el cuerpo. Más que eso: me lo pedía algo.
No acostumbro meditar. Tengo amigos que meditan veinte minutos al día, y les envidio, porque yo no puedo. Mejor dicho, no podía hasta hace poco. Sin embargo, últimamente empieza a volverse una necesidad, y es que los beneficios de la meditación no se reconocen realmente hasta que se vuelven una necesidad natural y no una disciplina.
Que fue lo que me pasó hoy. La meditación es medicina natural, de ahí que haya quienes prefieran el yoga, la poesía, la música, o la simple contemplación de la naturaleza, a la terapia tradicional.
Pero, ¿qué hay cuando la sanación, sencillamente, sucede?
Antes de sentarme, dije en voz alta y al aire: Ésta es la frecuencia; y aquel rumor delicado, hipnótico, del río saltando entre las piedras de granito, me capturó como no recuerdo que me haya sucedido jamás. Aquel sonido masajeaba mi cabeza. No podría explicar en palabras lo que sucedió después: sólo puedo decir que el pensamiento desapareció. Quizá no totalmente, pero tengo la completa certeza de que cualquier cosa que estuviera pasando por mi cabeza en ese momento, cercana al pensamiento, no revestía de la menor importancia para mí.
¿Cómo puede haber pensamiento cuando eres tan feliz?
Observé toda la naturaleza, con sus árboles, sus piedras, su río, su rumor, su brisa y su rabioso cielo azul... y me pregunté: ¿Esto es un sueño, o es real? Sonreí, y mi sonrisa se me antojó ajena a la ya conocida, y completamente nueva.
Permanecí así, en actitud de infinito agradecimiento, durante un tiempo igualmente infinito, a la sombra de un chopo y con los rizos mecidos por la brisa, con la vista fija en las irisadas ondulaciones del río. No me dí cuenta de que, en efecto, había hallado la frecuencia, hasta que una sombra oscura se asomó a mi cara y me sobresaltó. No había nadie más allí, pero me pegué el gran susto de mi vida...
Sólo entonces supe que todo el rato había estado despierta.

No es cuestión de palabras. Sin embargo, las palabras han llegado hasta mí tal como yo quería: para ver que sólo son otro instrumento de una percepción mayor.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Interpreto el estar despierta final como una paradoja, y me gusta.

Fata Morgana dijo...

Sí, es lo que parece, abcd, por eso tiene aspecto de paradoja.
:)

Anónimo dijo...

Que bello lo que cuentas!!me ha encantado y me has trasportado al lugar...felicidades!a mi me ha sucedido algo parecido en mi paseo por la playa,que curioso!:)

Gracias por compartirlo.Abrazos!

Fata Morgana dijo...

Me encanta compartirlo, Silvia. Un abrazo para ti también, guapa.

ernesto oso dijo...

buenísimo y muy bien trasmitido...muy guapo...me he sentido allí...

tula dijo...

...las jaras, siempre las jaras..su olor lo tengo agarrado en mi ser,transportándome al pasado, su color lo veo
junto con el ruido de los insectos en el calor de mayo y con un poco de suerte cantan los grillos.....todo esto es lo que me convoca tu relato.
fractalmente.

Fata Morgana dijo...

Quien percibe el aroma del relato, lo completa.

Fata Morgana dijo...

Ernesto, no sé qué pasa con mi ordenata pero siempre que intento entrar en tu blog se me cuelga...

Sí, las experiencias mushin son inolvidables e igualmente difíciles de transmitir, pero si te has sentido allí, puedo darme por satisfecha.
Besos.