15.8.08

Urbanita en el temazcal


Llegué a la casa de Jota el domingo pasado por la noche. Me fue a recoger a la estación del Villafranca del Penedés con dos amigos más, y a la media hora ya empezaba a sentir que la historia estaba escrita antes de llegar. Cosa rara. Es como cuando dices “yo a estos ya les conozco”, y luego piensas “calla, deja ya de tonteras”.
Una casa rústica en medio de la montaña- concretamente una masía algo antigua, tiene unos mil años-, sin luz exterior. No suelo ser tan arrojada. Quiero decir que en otras circunstancias me hubiera cortado mucho, pero yo me sentía como si estuviera en casa, y a la vez dentro de uno de esos sueños en los cuales vuelves a encontrarte con viejos amigos. Supe que pasara lo que pasara, sólo tenía que dejarme llevar.
Todo muy sencillo, “a la criolla”, como diríamos en Argentina. Luego el tío va, me presenta a su familia, coge una silla, se me sienta delante y me suelta lo del temazcal. Y yo que ni sabía lo que era un temazcal. Pues nada, entonces, a mí los saunas me sientan fatal. Se me baja la tensión, no soporto el calor… Además ¿a quién se le ocurriría meterse en un sauna en agosto? Y eso que él pensaba que a mí iba a encantarme la idea; pero no: en principio yo iba por la medicina india, lo del temazcal era ya otro cantar. Lo malo, dijo, era que sin temazcal no podía haber medicina. O jurema, que es una variedad de la misma, aunque más purgante. Es decir, que con la jurema vomitas, o vomitas. Y tanto, que no me dí cuenta de la importancia que tiene el temazcal hasta después de haber probado la jurema.
Al ver que no había alternativa, acepté el desafío del temazcal y nos fuimos todos para el campo, siguiendo un sendero tan sólo iluminado por la luna y nuestra propia intuición. Que en mi caso resultó ser un fiasco, ya vereis por qué.
En la zona señalada para la ceremonia había un iglú construído con unas ramas y cubierto con una lona y unas cuantas mantas, una fogata, y una bandera de algo ondeando en la brisa. Hacía fresco.
Nos reunimos todos en torno al fuego y Andreu se puso a tocar el digeridoo. Mientras las piedras se cocían, David le acompañaba de vez en cuando con un pandero. Como sólo nos alumbraba el fuego, tuve la impresión de que la naturaleza-hasta el momento, en sombras- formaba un gran masa compacta que nos contenía como un gran útero. Descubrí que la oscuridad es la frontera de mi temor. Y ahora sé que siempre ha sido así. Es natural: muchos de nosotros hemos perdido la capacidad de guiarnos en la oscuridad sin más elementos que nuestros propios sentidos. ¿Cómo se guiarían nuestros antepasados antes de que alguien, por obra de la casualidad y en beneficio de la comunidad, descubriera el fuego? Misterio.
Antes de entrar en el iglú (inipi), Jota nos preparó uno a uno mediante un ritual. Mi única preocupación era cómo iba a hacer yo para entrar por la diminuta puertecita. Nunca pensé que dentro habría un agujero -lo dijeron, pero lo olvidé- y que al entrar me rompería la crisma.
Y de pronto ahí estaba yo, medio dentro y medio fuera, toda despatarrada y chillando porque acababa de romperme la crisma contra el agujero. Rosa, que ya estaba dentro, me lo advirtió cuando ya era demasiado tarde. Creí que me había roto los dientes o asunto similar, sin embargo -parecía- sólo se trataba de un raspón, así que tras las consabidas comprobaciones de que no me había roto ningún hueso, ningún diente, ninguna nariz, se prosiguió con la ceremonia.
Una vez dentro, y ya todos acomodados alrededor del aciago agujero, Jota empezó a cantar y el clima se volvió muy acogedor. Mientras David iba introduciendo las piedras candentes dentro del agujero, los cánticos crecían.
Cuando ya estuvieron todas -creo que son siete- se cerró el inipi y nos quedamos en completa oscuridad. Crecía el calor. “Bien”, pensé; “si llego a desmayarme, sólo espero que no sea dentro de agujero, no vaya a ser cosa que además me cueza”. No tenía donde reclinar la espalda, ya que los contornos del inipi son de lona y el suelo estaba muy duro y desparejo.
Y yo que siempre había soñado con hacer un ritual a lo indio, pero de verdad… ya empezaba a descubrir mis limitaciones de urbanita occidental: ¡diablos!¿dónde está el respaldo?¡y el suelo es de tierra!¿qué tal si hay hormigas? Y de las rojas, que pican. Peor aún: ¡arañas!
Una catarata invisible de agua aromatizada iluminó las piedras, de evidente textura porosa, con una salva de estrellas diminutas. Ya no era sólo el calor lo que crecía, sino también el vapor. Creí que me asfixiaba. Aunque el perfume resultaba embriagador, también es verdad que el aire empezaba a quemar. Puerta.
Salimos al aire fresco de la noche, agradeciendo -al menos yo- su existencia. En el temazcal son cuatro puertas, al parecer una por cada elemento.
En la segunda se hicieron invocaciones y se repitió una vez más el ritual del agua aromatizada con incienso, mirra y madera. Más vapor, más calor y más supervivencia. A estas alturas ya no pensaba en las hormigas (que las quiero, sí, las quiero, pero no me apetece que me piquen), ni en las arañas, sino en mis rodillas, que ardían. Me tumbé en el suelo, y agradecí a la tierra que me sostuviera. Resiste. Si hace mucho tiempo hubo otros que lo hicieron ¿por qué no iba a hacerlo yo? Todo lo que sobra, se tira. Puerta.
Salimos al aire fresco de la noche y nos metimos en la piscina. Más que una piscina, un estanque de agua de manantial. Regresamos al inipi y nos preparamos para la tercera puerta. A estas alturas las hormigas habían dejado de importarme, definitivamente; y no creía que después de haberme roto la crisma contra el agujero, las arañas -si es que habían- se atrevieran conmigo a tan altas temperaturas. Luego pensé en el tiempo que llevan sobre la Tierra y me sentí absurda. Soy un sápiens sápiens ¿tecnológicus?, pero no puedo con mis rodillas. Me arden. Me duelen. Resiste. Si hace mucho tiempo hubo otros que no perdieron sus rodillas ¿por qué iba a perderlas yo? Invocación. Puerta.
No recuerdo haber salido del inipi en la tercera puerta, y ahora sé -o creo saber- que fue por la tierra. Lo que recuerdo, eso sí, es haber agradecido una vez más al aire su existencia. Respira. Y, oh: no estoy sola. ¡No estoy sola! ¿Por qué me lo olvido tan a menudo?¿Por qué olvido que yo necesito de ellos y ellos de mí? Agua, salva de estrellas, sonajeros, panderos, cánticos. La alegría de nuestro guía me sacaba del sopor, invitándome a resisitir: Cuando crees que todo ha terminado, es que todo vuelve a empezar. Por cada gota que me salpicaba del torrente, mi cuerpo era puro agradecimiento. Intenté cogerme de una rama del inipi, pero ardía. Me pregunté, entonces, cómo era posible que resistiera yo. Invocación. Cuando llegó mi turno, dije: Agradezco al sudor que me limpia. Y cinco voces respondieron al unísono: ¡Ahó!
Puerta.
Salimos del inipi tambaleando, aliviados, ligeros, limpios. Hubo quien se fue a celebrar a la piscina, pero yo preferí quedarme junto al fuego. Ésa fue la primera vez que el fuego me trajo de regreso.

5 comentarios:

Jordi dijo...

:D bien vamos progresando.

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Aho!!!! Gran Espiritu...

Nos tienes en ascuas queremos leer más. Me tienes mirando el Blog todos los dias a ver que hay de nuevo.

Jejejejejeje tenemos que llegar a la jurema pronto, estamos de obras tenemos a cuatro colaboradores aquí ayudando para poder estar todos mas comodos. Muchas gracias pondré tus experiencias en nuestra web. Y también hablamos con lily de ir a madrid la semana que viene pero todavia no sabemos cuando.

Gracias por dar tu visón de las cosas.

Un abrazo

Jordi

Fata Morgana dijo...

Aho!!!

Anónimo dijo...

Ahó!

Todavía recuerdo aquella noche; tu negativa a querer participar en la "sauna". Me sorprendió lo bien que reaccionaste y lo bien que lo llevaste. Aquella noche conocí el poder de tu energía.

Un abrazo. ¡Hasta pronto!
Gracias por tu comentario.

Anónimo dijo...

Hola ....interesante tu relato. Un beso. Sati la ReinaRoja

Anónimo dijo...

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